jueves, 6 de noviembre de 2014

Final del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX


Artículo principal: Francisco de Goya
La trayectoria estilística de Goya incluye la pintura de interiores rococó, el academicismo neoclásico y el prerromanticismo. Alcanzó un extraordinario éxito como pintor de corte. Con sus dos grandes lienzos El dos de mayo y El tres de mayo inaugura la pintura de historia del siglo XIX. Sus series de grabados supusieron innovaciones técnicas, estilísticas y temáticas de gran proyección posterior. Se le considera el precedente del expresionismo y las vanguardias del siglo XX, especialmente por las pinturas negras.

Neoclasicismo y academicismo

Artículos principales: Pintura neoclásica y Academicismo.
Desde el siglo XVII, con la aparición de las academias, se fueron estableciendo los cánones del clasicismo pictórico, pero no fue hasta la segunda mitad del siglo XVIII, con la Ilustración, que llegan a establecerse como convenciones impuestas a la práctica del oficio en la totalidad del ámbito cultural europeo occidental. Simultáneamente aparecen la crítica y la historiografía del arte como actividades definitorias del gusto artístico dominante, cuyo seguimiento se fomenta entre los pintores a través de la enseñanza, de los encargos institucionales y privados, y de la convocatoria de exhibiciones, certámenes o salones artísticos como el Salon de peinture et de sculpture o Salon de Paris ("Salón de pintura y de escultura" o "Salón de París", desde 1725).
La figura de Jacques-Louis David, testigo de excepción de los cambios políticos y sociales de la Revolución francesa preside el tránsito del siglo XVIII al XIX, al que siguieron otros pintores franceses, como François Gérard. La cumbre del estilo, a mediados del siglo XIX, fue Jean Auguste Dominique Ingres; ya en presencia de la irrupción de los nuevos estilos antiacadémicos. No obstante, la mayor parte de la producción pictórica de la segunda mitad del siglo XIX e incluso del siglo XX, conviviendo con su absoluta negación, que representaron las vanguardias, siguió siendo la pintura academicista de tradición neoclásica, cuyos seguidores, a pesar del éxito institucional que vivieron en sus días o de su objetiva calidad, han pasado a ocupar un espacio marginal en museos y manuales (John Singer Sargent, Jean-Joseph Weerts, Jean-Léon Gérôme, William-Adolphe Bouguereau, Jean-Louis-Ernest Meissonier, Paul Baudry, Alexandre Cabanel, Franz Xaver Winterhalter).
La pintura inglesa de finales del XVIII y principios del XIX tuvo como principales figuras académicas a sir Joshua Reynolds (que definió el concepto grand manner -"manera grandiosa" o "espléndido estilo"-), Thomas Gainsborough o Thomas Lawrence; además de dos extraordinarios paisajistas que evolucionaron hacia una concepción más identificable con el romanticismo pictórico: J. M. W. Turner y John Constable.
Por comparación con la gigantesca figura de Goya, la pintura neoclásica española de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX ha sido habitualmente minusvalorada, pero contó con pintores de la talla de Anton Raphael Mengs, que en su época era considerada la máxima autoridad académica a nivel europeo, Paret, Meléndez o Vicente López, el discípulo de Goya autor de su más famoso retrato. El academicismo pictórico presidió la totalidad del siglo XIX a través de los géneros de más demanda institucional en España: el retrato y la pintura de historia.

Romanticismo

Artículo principal: Pintura romántica
El prerromanticismo convivió con el neoclasicismo en las décadas finales del siglo XVIII. No solamente se manifestó en la pintura anticipadora de Goya, sino en la de William Blake, Johann Heinrich Füssli o Giovanni Battista Piranesi. En el ámbito de la especulación teórica, el romanticismo incluyó una redefinición del concepto de belleza, y en concreto la aparición de un nuevo concepto: el de lo sublime, la belleza terrible y sobrecogedora propia de los elementos desatados y de la naturaleza en estado salvaje, ajena a la serenidad estética del neoclasicismo, y que encontrará plasmación pictórica en los paisajes de Caspar David Friedrich y de Turner. Es muy significativa una anécdota que enfrentó a Turner con su coetáneo Constable. Éste, quejándose del atrevimiento de su competidor, que había añadido una impactante pincelada de minio en mitad de su cuadro después de haberse colgado al lado del suyo propio en la exposición de la Royal Academy (1817), resumió perfectamente el impacto de la nueva imagen: [veo que] ha estado aquí, [porque] ha disparado su arma.
En los salones franceses monopolizados por el academicismo, la exhibición de La balsa de la Medusa de Gericault (1819) supuso un escándalo de mucho mayores dimensiones. Frente a los demás cuadros, equilibrados y convencionales, mostraba cadáveres descompuestos en un primer plano, contrastaba gestos de desesperación y entusiasmo de un abigarrado grupo de personajes que dan la espalda al espectador (ajenos al decorum que se pretendía de las representaciones heroicas), y evidenciaba la pequeñez de la humanidad frente a un entorno natural hostil. En el contexto de la revolución de 1830, la alianza de la libertad del arte con la libertad política quedó plasmada en La libertad guiando al pueblo, de Delacroix.
Grupos de pintores alemanes e italianos, los denominados nazarenos y puristas, pretendieron encontrar la belleza originaria de la pintura en la simplicidad formal y la renuncia a todo artificio, preludiando movimientos posteriores.


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